domingo, 13 de enero de 2008

Diario nevero (III)

4 de enero de 2008

Tercer día de navegación.

Por fin podemos esquiar. La experiencia ha sido indescriptible. Nada más llegar, nos tiramos por las pistas pequeñitas con una cuesta de menos de medio minuto, nos deslizamos dos veces más y a por las grandecitas.

No recomiendo tirarse por las pistas de principiantes el primer día y sin haber esquiado nunca. Mejor esperar las explicaciones del monitor o que alguien que te diga lo que hay que hacer, por lo siguiente. Sin saber apenas hacer la cuña ni los giros, allá que voy. Pillaba una velocidad del carajo, luego me enteré que iba en paralelo. Los giros de izquierda o de derecha me salían por intuición, no por saber. Y así, vino la primera caída. Enorme. No sé cómo estoy aquí. Horrorosa. Me levanto y sigo. Ya no me caigo más.

Segunda monta en el telesilla. Asombrosamente no me he caído al bajarme, esto va por todos aquellos que lo presagiaban. Segunda bajada y muy bien todo hasta que de nuevo al carajo. Qué hostía más grande. Se volvió un esquiador a ver si estaba bien. Imagino que la gente de los telesillas estaba descojonada. No me tiro más hasta que no aprenda.

Llegan las clases de esquí y todo fabuloso. Aprendemos los movimientos básicos y a deslizarnos con control. Tres horas duró la clase. Acabamos, comimos, y a los telesillas.

Esta vez todo fue como la espuma, sin problemas. Que si la cuña, que si el giro, que si freno, que si acelero… qué gran diferencia. Y la nieve, allí, que parecía arena blanca, polvo, y crujía a tus pies según te desplazabas.

En fin, es una maravilla esto de deslizarte y teniendo tú el control, marcar el ritmo, es una sensación casi etérea, mágica. A ver hoy que tal echamos el día.

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